¿Quién no conoce a Anna Wintour? No hay en el mundo de la moda una personalidad más considerada que la editora en jefe de Vogue, cuya figura inspiró el personaje de Miranda Priestly (la retorcida e implacable protagonista de la película El diablo se viste de Prada).
Anna fue entrevistada hace unos días por el canal de televisión norteamericano CNBC - un medio de comunicación especializado en noticias financieras – para recabar su opinión acerca de los efectos de la depresión económica en el sector de la moda. En la entrevista se suscitó la cuestión de la quiebra de dos históricos grandes almacenes: Neiman Marcus y J.C. Penney.
Me llama la atención que la Wintour se extrañase de la quiebra de unos grandes almacenes de lujo, un modelo de negocio que siempre he considerado incomprensible. ¿Cómo se puede vender exclusividad en un local llamado ‘almacén’? ¿Y en un lugar que es grande, pasa muchísima gente y se vende de todo?
Es el espacio menos glamuroso e inspirador que puede existir. Me extraña que todavía resistan algunos. Puesta a desplazarme a una tienda física para tener la experiencia de ver directamente, tocar el género, probarme y dialogar con una experta dependienta, lo lógico es hacerlo a un entorno apropiado. Un sitio que acompañe, que me haga sentir muy bien, incluso halagada. Pero bueno, siempre habrá quien quiera aprovechar el trámite de hacer la compra semanal con el comprarse un bolso de mil euros.
Tampoco me pareció noticioso que calificase de ‘catásfrofe’ una pandemia que está causando cientos de miles de muertos y aniquilando numerosos sectores de la economía. Eso ya lo sabemos todos los seres humanos, que estamos horrorizados con lo que está ocurriendo. Y el sector de la moda no es de los más afectados, pues las ventas de moda online han generado unos ingresos de los que han carecido muchos otros sectores cuyo servicio o producto es imposible de vender online y servir a distancia.
Lo que resulta una catástrofe para ella es el fin de la era de la opulencia y del malgasto: varias colecciones al año, desfiles costosísimos de creaciones que no se venden (y que solo sirven para conseguir notoriedad de marca para vender perfumes), reportajes de muchas decenas de miles de presupuesto… Un negocio mundial de unos pocos y para unos pocos, claro.
La catarsis que ha comenzado va a repartir el poder en el mundo de la moda, se van a multiplicar las firmas, estas van a ser más sostenibles, menos multinacionales, más artesanos y más producción en países con unas industrias de moda acogotadas por las reducciones de plantilla. Volvemos hacia lo que fue la normalidad, unas prendas diseñadas y realizadas para durar, con un precio que recoja esa calidad.
Una moda con lógica y con corazón.
Margarita Ruyra de Andrade