Todo empieza en la década de los 90, con la optimización hasta el extremo de los procesos de producción y distribución en la industria textil. Y de ahí se extiende a otros sectores, como la gastronomía, incluyendo la cosmética. El concepto de Fast fashion pretendía trasladar, en tiempo récord, las propuestas de las grandes casas de diseño, presentadas cada temporada durante las Fashion Weeks.
Pronto el concepto de Fast Fashion se empieza a identificar con “moda desechable”, esencialmente por dos motivos: el primero, porque son productos que han sido diseñados para responder a una tendencia momentánea y pasajera, que ha de pasar; y en segundo lugar porque promueve productos de baja calidad con bajo coste, ofrecidos a precios asequibles al consumidor medio, obteniendo así las empresas atractivos márgenes. El consumidor entra en una espiral en la que aumenta la frecuencia en el consumo de bienes de bajo coste con “fecha de caducidad”, sacrificando calidad, y, en algunos casos, prescindiendo también de las garantías mínimas, consumiendo productos que pueden volverse perjudiciales tanto para quien los produce como para quien los consume.
En el mundo del cuidado personal y la cosmética todo esto se ha traducido en dietas exprés, productos flash y cremas milagro, que lejos de cuidarnos nos inducen a pensar que en la instantaneidad se encuentra la solución.
Pero qué cierto era aquello de que “el cliente siempre tiene la razón”. Independientemente de lo que dicte la industria, los consumidores empiezan a demandar otros productos, y los encuentran. Tras sonados escándalos (como el derrumbamiento en Bangladesh de unas instalaciones donde se producían prendas de marcas conocidas, incumpliendo las medidas básicas de salud y seguridad), que ponen en evidencia las condiciones más que cuestionables en las que se elaboran estos productos desechables, en contraposición al movimiento fast nace su antítesis, lo slow. Y llega para quedarse, así lo dijo Vogue en una publicación de 2007, cuando era evidente para todos que esta nueva forma de hacer las cosas era imparable.
Valores y consecuencias
Slow Beauty hace referencia a un movimiento que promueve un consumo responsable, socialmente ético y sostenible en el tiempo en términos medioambientales, considerando el impacto social y medioambiental que tiene a lo largo de todo su ciclo de vida. Se asocia en definitiva al respeto por los valores en la producción, y se posiciona en contra de incluir elementos tóxicos que dañan nuestra piel y cabello, a pesar del aspecto reluciente que puedan proporcionar.
En una entrevista para Harper’s Bazaar, Coque López, la fundadora de Aromakit afirmaba que, por desgracia, el consumidor medio desconoce los ingredientes tóxicos habituales en la cosmética tradicional, tales como parabenos, aluminio y parafinas. Estos ingredientes son muy agresivos, rompen la barrera de nuestra piel o no dejan que transpire con normalidad, lo que vuelve la piel más irritable y sensible, favoreciendo la aparición de alergias y dermatitis.
En definitiva la filosofía slow (despacio en inglés) quiere promover hábitos de vida saludables y que produzcan resultados por acumulación en el largo plazo. Mimarnos unos minutos al día y encontrar la calma, dejando de lado por un instante el estrés, y utilizando productos saludables con nosotros y con el medio ambiente.
Supone un cambio de pensamiento y por lo tanto un reto: el de educar al consumidor en el valor añadido que entrañan estos productos. Aunque cada vez son más los consumidores que optan por comprar este tipo de productos, aún queda un largo camino por recorrer. Desde Es-Fascinante promovemos el consumo de productos que ofrecen una mayor calidad y exclusividad, a diferencia de aquellos realizados en cadena. Por todo ello hoy nos gustaría recomendarte:
Las marcas españolas más conocidas:
Sus formulaciones son de procedencia 100% bio, con aceite de oliva y las plantas medicinales y aromáticas del valle. Toda la materia prima que se emplea en sus productos procede de la flora local y se recolecta y selecciona de forma artesanal. La sostenibilidad de la firma está avalada por Soil Association (Reino Unido) , una de las certificadoras con más solera a nivel europeo.
Ana Victoria Ungido, nominada recientemente a los premios LAST-TOP- 100 (que busca dar visibilidad al talento femenino), es la artífice de un proyecto que surgió para tratar la piel de su sobrina. El secreto de Bioxán es su patente magistral, un cóctel antioxidante cuyo corazón es la Vitamina E natural en la concentración más alta que existe en el mercado. Los productos de Bioxán están pensados para problemas que se manifiestan en la piel debido al tratamiento oncológico como la falta de densidad cutánea, irritación, sensibilidad y falta de nutrición. Y está avalada por Ecocert.
La Albufera es un proyecto que rescata los beneficios del aceite de germen de arroz valenciano. Una firma joven que incorpora en su fórmula Vitamia E, Omega 3 y 6, coenzima Q10 y caroteno para tratar la piel sin pretensiones, buscando regenerar y nutrir como objetivo de fondo. El proyecto también está certificado por Ecocert y cuenta con el apoyo de Bio. inspecta. El proceso de producción es totalmente artesanal.
Su principal característica, además de sus formulaciones de procedencia natural, es el empleo de un ‘packaging’ respetuoso con el medio-ambiente.
Firma especializada en productos cosméticos a base de algas procedentes del Sudeste de Andalucía, a base de la molécula bioactiva Ulvan. Algabase cuenta con la certificación BDHI y en 2014 obtuvieron el tercer puesto en el premio CEI-MAR a la innovación.